Orden en rí­o Muni by Antonio M. Carrasco

Orden en rí­o Muni by Antonio M. Carrasco

autor:Antonio M. Carrasco
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Novela
publicado: 2011-06-02T00:00:00+00:00


A Paredes, la selva se le volvía infierno a cada paso que daba. Era un hombre hecho para soñar aventuras en el sillón de la galería de su casa, no para vivirlas. Hay personas que idean y otras que ejecutan. El mundo se divide en muchas clasificaciones y, en ésta, Paredes es de los que diseñan planes a tres mil kilómetros de distancia. Como ya había sufrido todas las inclemencias que su comisión de servicio acarreaba esa semana, pensó alejarse un tanto de la casa, esperar en una sombra un tiempo prudencial y volver como si no hubiera encontrado al cura después de haberlo buscado hasta en el subsuelo. Pero su guía era de otra especie: primero, no entendía el español; y segundo, no sabía desobedecer órdenes. Probablemente le enseñaron con un látigo que un mandamiento no puede ser vulnerado. El hombre se puso a andar al ritmo local y Paredes, temeroso de perderse en la frondosidad, le siguió sin voluntad y casi sin fuerzas. Pensó que, cuando le tocase hacer la guerra a aquella tribu de guías incansables, dispararía sin piedad sobre ellos en venganza de las caminatas. Porque, en otra de las clasificaciones universales, Paredes pertenecía al tipo de los que siempre están planeando venganzas contra los que le han molestado alguna vez. Sin mucho estudiar su personalidad, Paredes era una simple alma de casino de pueblo, ventajista de bar, ideólogo de simplezas. De tanto vislumbrar su futuro ideal no se enteraba de su mejor presente. Hay quien nace para practicar el método de la pereza pero se siente culpable y se busca excusas. Pero las excusas también forman parte del método de la pereza vital: posposición, delegación, autosatisfacción y restar importancia a todo y al prójimo. A este hombre, África lo había transformado, perfilando sus defectos, aflorando sus tendencias dormidas a la inhibición constante, quizás se descuidaba tanto en la seguridad de que ningún conocido lo observaba. Y, eso sí, tenía un deseo inmenso de que la humanidad prosperase inmensamente aun sin su concurso.

El padre Antonino González C. M. F. era un santo. Su virtud era la fe en la divinidad y en su misión terrenal. Ya saben que el entusiasmo convierte en importante la banalidad y hace extraordinarias las empresas fútiles. Pero el hombre era así: creía en su obra y la desarrollaba sin dudar, sin darse cuenta de que había contrariedades; sólo entendía de tiempos cortos y tiempos largos para construir su edificio material y espiritual. Como acaso todos los claretianos, hablaba mal para el blanco y era convincente para el negro. Había traducido un catecismo al benga y estaba redactando una gramática pamue. Los misioneros eran aficionados a estos dos tipos de libros. Luego los editaban en la imprenta de Santa Isabel y los distribuían por los confines de sus jurisdicciones. Andaba el hombre recorriendo los caminos de Río Benito, lugar de la primera misión, hasta N'Kué, donde estaban levantando otra. Desde allí iba rastreando las aldeas para fundar reducciones, ocupación principal de la



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